1.22 X 0.50 MTS Acrílico/ mdf |
La obra presenta una panorámica nocturna, de la
ciudad de San Cristóbal, en donde la luna y su luz tienen un papel protagónico,
habiéndose manejando libremente la distribución de dicha ciudad en el cuadro
compositivo, retratando ciertos elementos arquitectónicos pertenecientes a la
misma, como las dos figuras escultóricas en primer plano, que son las
esculturas que se encuentran a cada lado de la puerta de acceso sur, del
edificio nacional, ubicado en el casco histórico de la ciudad; y las figuras de
la catedral y del museo de ciencias en paramillo, ubicadas a los extremos
izquierdo y derecho de la obra respectivamente, con el fin de, primero,
confirmar de cual ciudad se trata, como motivo de inspiración, y por otra
parte, estos elementos arquitectónicos, son utilizados como símbolos referenciales,
de conceptos universales, como los pares de opuestos, componentes irreductibles
del concierto de la creación divina, entre los que se encuentran la intuición y
la razón, lo místico y lo científico, también lo masculino y lo femenino, para
dar cuerpo a una historia de fondo que se quiere contar llamada “el arte de
vivir”, para la cual también se han tomado elementos referenciales de una obra
clásica, como lo es el ballet del lago de los cisnes, en cuyo contenido, el
mundo real se cruza con el mundo mágico y místico. Una historia en la que
prevalece el poder del amor sobre la ambición y la traición, que en realidad podría
ser la vida misma del día a día, pero recontada de manera poética, artística.
El paisaje, natural o urbano, es nuestro escenario,
es en donde plasmamos nuestra obra vital, es en donde se proyecta nuestra
humanidad, con todos sus matices, emocionales, físicos y espirituales. Y
entonces cada uno de nosotros, somos protagonistas de una historia, personal,
intima y a la vez universal. Podemos amar, podemos odiar, y podemos también
trascendernos a nosotros mismos, a nuestra propia humanidad, consiguiendo de
esta manera, aportar ese granito de arena que se necesita, para que entre todos
podamos contribuir con la salvación del planeta, de nuestro hábitat, pero
debemos mirar en nuestro interior, lo que allí guardamos, y que es, por lo
tanto, lo que compartimos con nuestros hijos, con nuestros padres, o con los
amigos, como una red que se extiende
hacia lo global, pues no podemos sustraernos de esa realidad que vivimos,
generada por el mismo avance tecnológico o científico, en que cada vez estamos
mas cerca uno del otro, sin importar las distancias geográficas. Pertenecemos ya,
a una comunidad global, a una mega ciudad, al planeta en su totalidad.