Acrílico/ tela 89 x 69 cms |
Dios, El Universo, las
tinieblas y la luz, el vacío en donde está contenida la materia, el vientre y
el embrión.
Rodeados de profunda
oscuridad, emergen del vacío los colores, llenando el espacio, dando sentido a
la existencia, con emociones, sentimientos, pensamientos, en un periodo
existencial llamado tiempo, cuya finalidad es la Evolución, el
perfeccionamiento del sí mismo.
Los polos opuestos,
componentes esenciales del organismo llamado Universo, manifestados en cada
elemento. Los principios masculino y femenino de la Naturaleza que al unirse
como Padre y Madre en perfecto equilibrio, generan en espíritu y sustancia, al
Hijo, cuyo máximo exponente conocido, producto de esta “formula sagrada” es el
Ser Humano. Y como obra divina,, el Hijo, entendiéndolo como producto de
gestación, puede asumir múltiples formas: un águila real, un espinoso cactus,
una flor de loto; todas estas creaciones, todo lo creado por la Naturaleza, son
“espejo de Dios mismo”, “creadas a imagen y semejanza” revelándonos como una
verdad encubierta, encriptada y descifrable, que todo lo existente en el
Universo proviene de la misma fuente, que todo está impregnado de la misma
esencia que conforma “La Totalidad”, convirtiéndose cada elemento, en parte o
componente de ese llamado “Universo” que es “Uno”.
Y así, cada “cuerpo”, con un ciclo vital, con
una experiencia existencial, con una posible mística finalidad, nace, crece
experimentando sensible, intelectual y espiritualmente, para que al final de su
periplo vital, retorne a la fuente de su origen en el acto de la muerte. Un
eterno movimiento de inhalación y exhalación, la respiración del Universo: vida
y muerte, doble condición opuesta, como todo lo que conforma el Universo.